Sin entrar en las sempiternas egocéntricas conjeturas políticas ni en cuestiones económicas o geopolíticas, las cuales merecerían un análisis particular respecto de la influencia de Irán y el radicalismo islámico en Venezuela, la Triple Frontera y en general los países de la región, los hechos objetivos son los siguientes. Hace más de 20 años que el mayor atentado terrorista sufrido por la Nación Argentina está impune, y así sus 85 víctimas fatales y más de 300 heridos (aunque según el senador Pichetto hay que diferenciarlas entre Argentinos y Argentinos de religión Judía). Luego, un Memorandum que, más allá de todo tecnicismo jurídico, proponía que el investigador de un asesinato en masa y el principal sospechoso de dicho crimen así indicado por la justicia argentina y con pedido de captura, acordara averiguar quién fue el autor de dicho crimen. Por último, el fiscal a cargo de la causa, habiendo descubierto colateralmente un posible encubrimiento y salvoconducto de los principales sospechosos de dicho crimen, vinculando en estos hechos a las más altas figuras del actual gobierno argentino, aparece muerto horas antes de presentar dicha denuncia más los documentos y escuchas que sostendrían esta gravísima imputación.
Esta absoluta falta de justicia
obedece a la constantemente incrementada ausencia de responsabilidad de los
gobernantes
No obstante, lo único hasta ahora
actuado es la generación de un aparato considerable de metodologías, letanías y
fórmulas excusatorias, provocativas, denostativas e insultantes, argumentando
lo absurdo y mintiendo descaradamente, todo lo cual no resuelve la problemática
sino que la desvía y aumenta, posibilitando en definitiva la repetición de
aquellos horrores.
Esta absoluta falta de justicia
obedece a la constantemente incrementada ausencia de responsabilidad individual
e institucional de los gobernantes, dirigentes o funcionarios públicos, en lo
individual y en lo institucional. Es decir, la carencia de compromiso con las
genuinas obligaciones del cargo para el cual se ha elegido a un individuo es lo
que ha contribuido a un cada vez mayor desentendimiento y desvinculación
sistemática de las responsabilidades institucionales e individuales y a la
erosión del sentido de la vergüenza en la política actual. En otros términos,
la política y la justicia hoy están sometidas a un mero cálculo contractual de
intereses de turno, los cuales son totalmente ajenos a los que debería tener la
política, como el arte de transformar la realidad para la mejora de la vida de
los ciudadanos, y la justicia como el mecanismo de derechos y obligaciones para
dirimir responsabilidades cuyo espíritu es la idea de la desinteresada
responsabilidad para con el otro. Pero sin este sentido de responsabilidad no
hay acción posible preventiva ni correctiva, sino sólo más injusticia y futuras
víctimas. Y esto de hecho atestigua una peligrosa falta de voluntad por
considerar las formas en las cuales los errores del pasado reverberan y nos
afectan en el presente repitiéndose así como lo harán en el futuro.
Pero esta erosión de la
responsabilidad tiene a su vez su origen en un último estrato, la ausencia del
sentido de la vergüenza. Ya desde el Talmud el judaísmo enfatiza que la intensa
vergüenza que uno siente por sus propios actos transgresores posee carácter
expiatorio, y esto es debido a que señala un límite en el sujeto que lo fuerza
a no repetir aquel acto e incluso reparándolo, arrepintiéndose, y por ello
constituyendo un prístino sentido de responsabilidad hacia sí mismo y hacia el
otro. Responsabilidad que luego permite construir un sistema de justicia. Y
esto es porque la vergüenza tiene como particularidad el hecho de ser una
emoción auto-referencial de la cual uno no puede escaparse, imposible de
desdoblarse del mismo sujeto que la siente, incomodándolo intensamente por
corroer su conciencia, y por eso demandándole en principio la toma de
responsabilidad por él mismo, para luego extenderla hacia un tercero. Es por ello
que lo esperado de una persona avergonzada es que pueda retractarse con una
consideración genuina reparando su error sobreponiéndose a su egoísmo y no
volverlo a cometer. Y así, si la vergüenza en este sentido precede al sentido
de responsabilidad para luego llegar a la justicia, se debe tomar nota de la
actual peligrosa suspensión de esta vergüenza, explicando así la cancelación
del sentido de la responsabilidad en lo social y político de la categoría de
culpable y la consecuente denigración de la víctima y el desamparo de otras
potenciales, resultando en la falta de justicia.
Se acepta la cotidiana erosión de
la vergüenza y se la considera como algo innato a la función política
Aquellos funcionarios del
gobierno, orgánicos o inorgánicos, que patológicamente vilipendiaron al mismo
fiscal Alberto Nisman, a la marcha del silencio, así como a otras
manifestaciones similares, diciendo y desdiciéndose impúdicamente sobre su
muerte, incursionando en el Poder Judicial pero manifestando que no lo hacen,
difamando e insultando todo lo que se opone a sus ideologías o intereses de
turno, pero que luego a modo de trámite burocrático piden burlescas disculpas
para en otra oportunidad despacharse nuevamente con el mismo mecanismo
discursivo, manifiestan la absoluta nulidad de vergüenza imposibilitando toda
demanda interna de reparación y por ende vacíos de responsabilidad y justicia.
Esta cotidiana erosión de la
vergüenza se la ha aceptado y considerado como algo innato a la función
política, al punto de permitir utilizar la misma siniestra retórica para anular
sistemáticamente todo vestigio de responsabilidad política y social, ahora como
estrategia para socavar a las víctimas, dando impunidad a los culpables.
Y así, sin vergüenza en tanto el
primigenio estrato para el sentido de la responsabilidad, en pos de
ulteriormente conformar un sistema de justicia, el contrato social deviene
inútil, sin sentido, ya que la autoridad de la ley no es gravitante y las
instituciones carecen de toda seriedad e importancia.
Toda esta degradación en la arena
política, pandeándose conforme a sus sórdidos intereses y excesos, presupone
también la complicidad consciente de la ciudadanía por medio de acciones u
omisiones cotidianas que afirman o al menos no niegan eficazmente aquellas
prácticas. Por ello, si queremos derogar la complicidad de cada uno de nosotros
en esta corrupción, debemos romper los lazos que nos atan a estas actitudes
únicamente por medio de nuestra praxis, comenzando por nuestros propios
entornos, actuando diferente, exigiendo y presionando por todos los medios
posibles para que los dirigentes así también lo hagan. La única forma posible
de cambio es a través de la praxis, luego viene el cambio en el pensamiento que
la realimenta, tal como predicaban Platón y Aristóteles para quienes toda
disposición del carácter procede de la costumbre; y enseña Maimónides, para
quien la educación tiene la función de crear hábitos; y en la modernidad John
Dewey, quien establece que se aprende haciendo.
Debemos como ciudadanía
reconstruir el sentido de la vergüenza, no desde la capacidad discursiva o
excusatoria, contestataria o complaciente, sino desde la misma praxis,
manifestando y ejerciendo la más firme oposición a toda evasión de
responsabilidad o deliberado incumplimiento, quedando hoy ya sólo el
escarmiento como la herramienta más efectiva para ello. Sólo así tendremos
acceso a la justicia, siendo un pueblo maduro con funcionarios a la altura de
las circunstancias y como indica el Deuteronomio Justicia, justicia haz de
procurar a fin de que vivas...".