Los reconocidos estudios de Geary y Walsh muestran que la persona promedio miente entre 150 y 200 veces al día. Luego y sin perjuicio que la verdad y la honestidad son importantes para el bienestar y la supervivencia de la sociedad, ¿hay situaciones en las que se permite o incluso es obligado mentir? Aquí hubo dos posicionamientos: los absolutistas prohibiéndolo siempre, y los permisivistas, para quienes a veces es necesario.
Entre los absolutistas se encuentran
Aristóteles, Agustín, Aquino y Kant. Para este último es un crimen del hombre
contra su propia persona, debiendo evitarlo independientemente de los
costos, incluso ante un asesino en la puerta buscando a su víctima. Pero aquellos
dos teólogos cristianos reconocen diferencias de grado en la mentira. Agustín
defiende ocho categorías de falsedades, desde las doctrinarias religiosas hasta
las que no causan daño alguno. Mientras que Aquino reduce su gravedad cuanto
mayor es el bien intencionado.
Entre los permisivistas están Platón, Casiano,
Orígenes y Grocio. Para el primero hay situaciones en las que se permite
mentir, tal como el médico a su paciente por su propio bien, así como los
estadistas por el bienestar del pueblo. Similarmente a los dos teólogos
cristianos quienes consideran la permisión de mentir para beneficiar a otros
usándolas como a los medicamentos, con disgusto pero por necesidad. Mientras
que para el último, padre del derecho internacional moderno, las mentiras son
un problema sólo cuando violan el derecho de quien las escucha. Es decir, quien
miente malintencionado pierde el derecho a la verdad.
Ya en la modernidad y desde un extremo
pragmatismo, para Nietzsche mentir es una necesidad de la vida, similar a Stiegnitz
y Nyberg para quienes la mentira es esencial en la supervivencia de las
relaciones cotidianas, resultando imposible convivir obligados a decir siempre
la verdad, comenzando con el ¿cómo estás?, cuya respuesta en realidad no
importa. El utilitarista Sidgwick argumenta que si matamos para defendernos, por
qué no mentir proporcionándonos un mejor medio de protección. O bien, por qué
no engañar para beneficiar al engañado. Y contemporáneamente, Bok, justifica la
mentira si sobreviviera a la apelación de justificación frente a personas
razonables.
Por otro lado, analizada la mentira
desde lo bíblico, se preceptúa "No expresarás falso testimonio"
(Éxodo 20:13), "No hurtarán, no negarán falsamente, ni mentirán unos a
otros" (Levítico 19:11), "De la palabra falsa te alejarás"
(Éxodo 23:7) y “Tendrán balanzas justas, pesos justos, medidas justas”
(Levítico 19:36). Salvo la última, entendida como prohibición de mentir para
causar un daño económico, todas las anteriores refieren a procesos judiciales,
existiendo controversias sobre si la proscripción del Éxodo 23:7, aplica también
a todo contexto. En este último sentido, la exegética talmúdica de la
casuística bíblica indica que a partir del Génesis 37; 44; 50 y Samuel I:16, es
posible e incluso un deber desviarse de la absoluta verdad en aras de la paz, y
siempre mantener una disposición agradable para con la gente, aun cuando no lo
sea. Mentir es aceptable entonces por la conciliación, hospitalidad, consuelo o
para no herir sentimientos ajenos, incluyendo cotidianeidades como "te ves
bien", "encantado de verte" o "gracias por el maravilloso
regalo". Similarmente sucede al tratar con personas inmorales, permitiendo
mentir para protegerse, tanto en el caso de Abraham o su hijo Itzjak, al
encontrarse en lugares de poca moralidad (Génesis 12;20;26). También se
ecuentra el episodio entre Iaakov y su hermano Esav (Génesis 33), permitiendo
mentir en una situación potencialmente peligrosa. Pero su caso paradigmático es
representado por las dos parteras hebreas, Shifrá y Puá, quienes alabadas por
Dios, arriesgaron sus vidas mintiendo al Faraón para salvar a los bebés hebreos
recién nacidos de ser asesinados, tal como lo derectó aquel monarca (Éxodo 1). También
Rajab, la redimida prostituta que minitó para salvar la vida de los dos
enviados por Ieoshúa a Jericó (Ieoshúa 2). Similarmente ocurre cuando es
aceptable mentir por modestia, decencia o para no parecer arrogante. Incluso
mentir sobre sí mismo incluyéndose en un acto improbo, para no avergonzar a
otros que efectivamente lo cometieron (Ezra 10).
El caso de Iaakov cuando engaña a Esav
impidiendo que obtenga la bendición de la primogenitura (Génesis 25), y a su
vez a su padre Itzjak fingiendo que era Esav (Génesis 27), cuya finalidad era
perpetuar aquella bendición sobre los justos y no los malvados o abusadores, muestra
la permisión de engañar al inicuo evitando que use indebidamente algo sumamente
importante y con serias consecuencias. Análogo a cuando Labán luego de embaucar
reiteradamente a Iaakov (Génesis 29-31), es engañado por este y su esposa; cumpliendo
con obrar honestamente con una persona honesta y astutamente con un corrupto
(Samuel II:22).
Estos casos bíbilicos muestran dos
factores semejantes a la ética filosófica moderna en la permisión de la mentira,
su forma y situación. Formalmente, usando palabras polisémicas, declaraciones
vagas o mediante el uso de verdades a medias. Concepto similar al de
reserva mental de Bok, definido como el decir algo engañoso a otro pero que
simplemente con agregar una calificación en la propia mente para que sea
cierto, ya no sería responsable de la mala interpretación hecha por el oyente. Y
respecto del contexto, tal como indica Frimer, se requiere de: 1) El negativo
historial de conducta del antagonista. 2) La justificada preocupación en lo
inmediato y específico. 3) El actuar sólo en defensa. 4) La falta de alternativa,
opción o toda inviabildiad respecto del curso de acción actual. 5) Pérdida
irreperable o gravedad prevista para la persona, sociedad o propiedad.
Estos compartidos conceptos
bíblico-filosóficos, respecto de la permisibilidad de la mentira en las
relaciones sociales, debieran ser la base para delimitar los márgenes
aceptables de su uso en los niveles políticos dirigenciales. Así como por su responsabilidad
pública se debe demandar al funcionario una foja limpia y una conducta más
exigente que a los comunes, le cabe también mayores o al menos iguales
restricciones respecto de la mentira. La actual demanda de mejora social y
política no es compatible con Maquiavelo, argumentando que cuando el acto
acusa, el resultado excusa. Y donde el gobernante en pos de ganar y conservar
el poder deberá ser un gran simulador pareciendo honesto, íntegro y probo pero no
siéndolo, aventajándonse del vulgo como mayoría siempre seducible por la
apariencia y lo inmediato. Tampoco se trata que el líder político eficaz sea
inocente ni que jamás incurra en la ruptura moral, dado que como dice Walzer, quienes
actúan por nosotros y en nuestro nombre son frecuentemente estafadores y
mentirosos.
Por un lado no quisiéramos ser decepcionadamente
gobernados por intransigentes, pero tampoco por irreflexivos sin culpa por
quebrar las normas morales, sabiendo que como dice Ramsay, casi nunca la
mentira oficial es apropiada o necesaira y que la mentira política tiende a ser
egoísta y no por interés público o social. El problema aquí no es la falta de
márgenes, ya establecidos desde lo social, sino la carencia de pautas sociales y
su aplicabilidad para el castigo moral, fundamental para el equilibrio en una
ética de las mentiras de los servidores públicos. Y ante dicha carencia, la
mentira se convierte en la cultura y modus operandi de un Estado, gobierno o
partido político, excediendo lo tolerable para la necesaria estabilidad social,
institucional, el bien público y sus valores.
No se trata de abolir la mentira
política sino de limitarla, necesitando en principio y urgentemente negar el
poder y la gloria a los más grandes mentirosos. Como indica Walzer, el camino
intermedio entre la decepcionante utopía absolutista y el actual mundo político
carente de imperativos morales. Para ello, la sociedad debe instrumentar más
exigentes demandas y castigos efectivos que calibren las condiciones y restrinjan
las mentiras de los funcionarios públicos, mínimamente dentro de los estándares
sociales, haciéndoles pagar un precio por violarlos.