Según David Nirenberg el antisemitismo es la hostilidad hacia los judíos
como tales, religiosa, étnica o cultural, destacando su naturaleza transversal
adaptando su forma desde la antigüedad hasta el presente. Julius Carlebach
subraya que el antisemitismo esta arraigado progresivamente en la religión, la
política y la cultura; y como demuestra Debora Lipstadt, se infiltra en la
cotidianeidad perpetuando los estereotipos y prejuicios. Estas son
algunas fuentes para la definición de antisemitismo por la IHRA, como el
conjunto de percepciones negativas hacia los judíos como tales manifestado en
odio hacia los individuos, discriminación retórica o violencia física hacia
ellos, sus bienes e instituciones por ser judías, incluyendo ataques contra el
Estado de Israel concebido como una colectividad judía.
Si bien el antisemitismo como aversión contra el pueblo de Israel data desde
la época bíblica, el mundo helénico y romano, el más básicamente influyente fue
el religioso producido por la teoría superasientista desarrollada por
Tertuliano (ss. II-III), luego transformado en secular-étnico (ss. XVII-XVIII),
posteriormente en racial (ss. XIX-XX), y ahora político mediante el
antisionismo (s. XXI). Siempre, imputándoles crímenes rituales, maleficencia, conspiración y sinarquía,
traición y perfidia, provocando las sabidas persecuciones y matanzas.
El cristianismo hasta el Concilio Vaticano II, concebido como evolución
del judaísmo abrogando la Ley por otra, de allí Antiguo y Nuevo Testamento,
cancelando los preceptos bajo un nuevo pacto considerando al judaísmo caduco,
sumado a la acusación de deicidio, provocó persecuciones, conversiones forzadas,
ejecuciones y otros crímenes. Naturalmente la permanencia viva del judío
observante como titular, no dejaba que su pretendido heredero, el cristiano,
efectivice la sucesión del bien o relación con Dios a través de su pacto. Por
ello, el cristianismo demandó la expiración del supuesto testador, su
conversión o abandono de su práctica, y en el peor de los casos tolerar su
persistencia de facto, aunque no de jure, como errónea e ilegítima, debiendo
ser humillado, marginado y proscrito.
Este otrora antisemitismo religioso devino en uno étnico de índole
nacionalista mediante la razón ilustrada del s. XVIII. Este proceso conocido
como secularización intentó justificar racionalmente el antisemitismo religioso
predicando como Voltaire, el odio hacia el pueblo judío por parte de las demás
naciones ya no por razones teológicas, sino ahora por su atribuido intrínseco
carácter deleznable de esclavos eternamente sediciosos e irrevocable
degeneración en vagabundos del mundo, sin aportar conocimiento ni arte sólo
habiendo aprendido el de la usura. Bajo este espíritu Federico II impone a los
judíos severísimas restricciones empobreciéndolos, humillándolos y
confinándolos en guetos. Otros iluministas como Diderot y D´Holbach, siguiendo
este paradigma caracterizan al pueblo judío como ignorante, supersticioso y
capaz de cualquier maldad o traición, portador de corrupción y pestes, cuya
legislación otorgada por Moisés enseñó a odiar la humanidad y parasitarla.
Más tarde, en los procesos emancipatorios y nacionalistas, naturalistas
como Toussenel, filósofos como Fichte, Herder, Marx, Renan y literatos como
Goethe, insisten sobre el carácter parasitario del pueblo judío, un verdadero
mal apátrida para todas las naciones cuyos ciudadanos viven bajo una misma
bandera, narrativa histórica y corpus jurídico. Según Hegel, el pueblo judío
incapaz de pensamiento especulativo e imposibilitado de autonomía y libertad,
dado su carácter de siervo obediente a la Ley como servicio a Dios, son eternos
exiliados imposibilitados de integración a otra identidad nacional que no sea
la propia. Por ello Hegel justifica la negación para los judíos de derechos políticos
y de propiedad. Esta combinación de antisemitismo religioso y étnico fue el detonante
del caso Dreyfus, así como de los pogromos rusos intensificados desde Alejandro
II.
Bajo el cientificismo (ss. XIX-XX), el antisemitismo generó pseudoargumentos
pretendiendo objetivarlo convirtiéndolo ahora en biológico-racial. Aplicando
los mismos atributos desde hace al menos 20 siglos, intentó respaldarlos bajo
clasificaciones antropológicas que exterioricen características mentales y
morales, no erradicables por ser biológicos. El padre de esta demografía racial
fue el conde de Gobineau, influyente en Richard Wagner, Huston Chamberlain,
Guillermo II y Hitler.
En respuesta a la discriminación y persecución de los judíos en Europa y
Rusia, surge a fines del siglo XIX el sionismo, vocablo derivado
de "Sion", mítica colina de Jerusalem, que devino en sinécdoque para
referirse a la Tierra de Israel. Este movimiento político-nacional, que aboga
por el retorno del pueblo judío a su tierra ancestral, Israel, estableciendo y
manteniendo un Estado judío soberano, devino en un componente fundamental de la
identidad judía moderna. Bajo la actual teoría política de la
interseccionalidad y las identidades sociales como factores de privilegio y
empoderamiento o desventaja y opresión, la existencia del Estado de Israel,
única democracia de su región, Estado de derecho próspero y destacado por su
progreso científico y tecnológico más su desarrollo económico, social, político
y militar, es la fuente para el nuevo revestimiento del antisemitismo en
antisionismo. Fundado en un imaginario imperio colonialista israelí los
históricos estereotipos del judío son instrumentados ahora para convertirlos en
dueños de la globalización y una renovada sinarquía conspiradora internacional,
ya no judía sino sionista.
Lejos de toda legítima crítica a ciertas políticas o gobiernos
israelíes, el antisionismo aboga por la demonización y destrucción del Estado
de Israel, concibiéndolo como colectivo judío, recurriendo a narrativas antisemitas
ahora devenidas en regímenes inhumanos, genocidas y racistas, para negar el
derecho a su existencia como autodeterminación nacional de los judíos. Todo
esto además aprovechado y fomentado por ciertos países musulmanes para desafiar
al Occidente, pero sin nombrarlo, tan sólo bajo el pretexto de un invasor
imperialismo sionista.
Refutadas todas estas manifestaciones mediante la propia historia social
y política del pueblo judío y del Estado de Israel, el antisemitismo no es algo
engendrado por una experiencia sino aquello que alumbra y fabrica lo
experimentado. Es un modelo de pensamiento y actitud generalizada produciendo
una predisposición de los paradigmas culturales, sistemas políticos, gubernamentales
y regímenes sociales. Dicha propensión se explica por la frecuente precepción
parcial de la realidad por parte del individuo cuya selectividad siempre es
acorde a su necesidad psíquica a la cual adapta todo hecho personal, colectivo
o social.
A diferencia de toda otra xenofobia, discriminación o racismo el
objetivo del antisemitismo no es subordinar a los judíos, sino exterminarlos,
dado que son percibidos no como extranjeros inferiores sino como maquiavélicos amos
secretos. Por eso la Shoá, como dice Jules Isaac, cumbre de una tradición de
desprecio y odio al judío durante 2000 años, no fue el intento de destruir una
civilización en la historia del colonialismo sino un fenómeno único de
aniquilación con lógica industrial. Análogamente, hoy las organizaciones
terroristas islámicas e Irán predican la destrucción del Estado de Israel y el
aniquilamiento de los judíos; respecto de quienes en definitiva y parafraseando
a Lyotard, el cristianismo exigió su conversión; las monarquías los expulsó;
las repúblicas intentaron su asimilación y el nazismo los procuró exterminar.
Los judíos son el objeto del no ha lugar por el cual son golpeados realmente.
Para concluir, cabe destacar que la crucial lucha contra el
antisemitismo, como señalan Susan Neiman y Brian Klug, conlleva serios desafíos
éticos debiendo evitar instrumentarla institucionalmente como un modus vivendi
oficiando de tribunal concesor de perdones y regulador de judeofobia, impedir también
su politización y radicalización banalizando el singular carácter trágico del
antisemitismo, anulando además la posibilidad de superación y amenazando la
libertad de expresión confundiendo crítica legítima con discurso de odio, entre
otros efectos contraproducentes.