Según el
Sedronar y diversos observatorios, la sustancia prevaleciente en quienes
ingresan a las guardias hospitalarias por sobre todo los fines de semana es el
alcohol, seguido de ansiolíticos, sedantes, marihuana, cocaína y policonsumos. El
54% de los ingresos por violencia, el 19% por accidentes de transito y el 75% por
intento de suicidio, están asociados al consumo de sustancias psicoactivas. El 98%
de casos por sobredosis no son accidentes domésticos medicamentosos sino por
consumo habitual. El 48% ingresa en estado de inconciencia y un 33% con conmoción
cerebral. Entre los consumidores de inhalables, solventes, cocaína y pasta base,
el 80% de ingresos son por dicha causa, y el 67% consumidores de hipnóticos y
marihuana. Se registra un significativo aumento del consumo en jóvenes de 16 a
20 años, cuyo porcentaje aumenta a menor instrucción, mayor soledad y semi-ocupación.
Entre 2010 y 2017, el informe mundial sobre drogas (UNODC-ONU 2019) indica
un 129% de aumento del consumo de cocaína en la Argentina y según el
Sedronar el
consumo de éxtasis en preadolescentes de 12 a 17 años aumentó un 200%. Esto agravado en el contexto de aislamiento
social, superando el 300% según mismas fuentes.
Los datos indican las gravísimas consecuencias en la
salud y diversos trastornos mentales y conductivos, más los costos que implican
para los hospitales públicos la atención de estos pacientes y otros terceros,
por sobredosis, intentos de suicidio, situaciones de violencia y accidentes de
tránsito. Si bien en 2016 se declaró en la Argentina la emergencia nacional en materia
de adicciones, la situación lejos de mejorar se agravó.
Ahora
bien, en la siempre erróneamente ejemplificada Holanda, como paradigma de legalización
de drogas, J. F. Hoogervorst, ministro de salud y asistencia social entre 2003-2007,
en el Congreso Internacional de Adicciones, negó que su país legaliza las drogas
porque nunca debería ser más fácil obtener un estupefaciente que un
medicamento. En las estadísticas del 2005, el 3,3 % de la población entre 15 y
64 años consume marihuana, mientras que el 0,3 % inhala cocaína y el 0,4% consume
éxtasis. Sólo 17% de la población ha consumido marihuana en alguna ocasión, similar
a la media europea y menor a Estados Unidos. Allí el consumo de marihuana está
prohibido y sólo se permite su venta a mayores de 18 años y no más de 5 grs.
por cliente en algunos coffeeshops.
Su
política se basa en tres principios fundamentales: una eficaz prevención en
jóvenes, eficientes tratamientos voluntarios o forzados para evitar
reincidencias y mitigación de daños por
compartir jeringas en drogas intravenosas. Más, Hoogervorst explicó que Holanda decidió
tener una política más estricta, rechazando la legalización de drogas, debido a
los problemas con el abuso de alcohol. Luego, contra lo que suele afirmarse, en
Holanda están prohibidas todas las drogas, siendo ilegal
producir, poseer y venderlas libremente.
Pero en la
Argentina se pretende importar leyes de otros países aplicándolas sesgada y
fallidamente. Aquellas bien podrían actuar en sociedades enmendadas, lo que en
el judaísmo se conoce como jebrá metukenet. Un sociedad con una elevada conciencia
cívico-moral, donde la ley es respetada y de cumplimiento efectivo. Pero el degradado
marco sociocultural, económico y cívico local, impide aplicar la ley ya
vigente, debido a la corrupción estructural, lentitud procesal, ineficiencia en
los organismos de contralor y quebrantamiento ético político personal e
institucional. La prevención y asistencia ante las adicciones y la lucha contra
el narcotráfico es sumamente deficiente, aumentando la facilidad y el consumo en
edades más tempranas. En lugar de educar y formar al ciudadano con conciencia cívica
y social, generando políticas de prevención y tratamiento de adicciones más
leyes que alejen al ciudadano de las drogas, se pretende legalizarlas abandonándolo
para desplegar sus vicios e impulsos, resultando en mayores perjuicios propios
y para terceros. Y esto no se relaciona con la defensa del derecho individual, sino
con el farsa por la cual legalizando lo prohibido, se absuelve
de la tarea y responsabilidad a los funcionarios públicos camuflando
su incompetencia más
la degradación sociocultural y económica como coadyuvantes para las adicciones.
Y aquí, una vez más, se observa la perversión populista del concepto de ley, deviniendo
en instrumento personal a expensas de la sociedad y su consecuente degeneración,
cuando desde el prístino marco civilizatorio es una restricción habilitante para
la convivencia, promoviendo el mutuo bienestar, un individuo y sociedad
virtuosa. Desde el judaísmo, la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud
de Egipto y éxodo hacia el desierto no devino en su abandono a las pulsiones,
deseos o intereses, sino en la entrega de la Ley bajo la cual son libres de
toda esclavitud, física y espiritual.
Autoridades
judías contemporáneas como los rabinos Moisés Feinstein, Shlomo Auerbach y Eliezer
Schick, entre otros, escribieron sobre la prohibición del uso de drogas
recreativas, por degradar y consumir la salud, el cuerpo, sus facultades y capacidad
cognitiva. Causando además el aumento artificial de pulsiones, deseos y voluptuosidades,
mayores a las naturales o sociales, ya de por sí difíciles de contener. Todo
ello tipificado bajo la proscripción bíblica denominada ben Sorer uMoré,
un hijo descarriado y rebelde (Deut. 21:18-21), que roba a sus
padres para saciar su gula. Como regla la Mishná en Sanhedrín 8:3 y el Talmud en Sanhedrín 71-72, se trata
de alguien recién llegado a la adultez, indisciplinado, que habiendo sido advertido
de su accionar incurre en la falta. Lo singular es que la grave pena no es por
lo hecho sino por lo que cometerá como adulto pleno. Una especie de justicia
preventiva por lo que su actitud descarriada lo conducirá a realizar, explicando
Rashí que la Ley prevé que su fin sea como
inocente y no como culpable ya que acabará delinquiendo, procurando mantener sus
hábitos viciosos. Lo relevante, más allá que nunca hubo tal caso, es el énfasis
disciplinario y disuasorio evitando que las pulsiones naturales gobiernen la
conducta. Dicha admonición se aplica más aún al uso de drogas, exponiéndose a una
casi irrefrenable conducta delictiva y arriesgando a terceros, más allá de la
transgresión de los básicos preceptos como cuidar el cuerpo, no dañarlo, honrar
a los padres, no robar, no asesinar, no ponerse en peligro innecesariamente, etc.
Es en este sentido que la Ley conmina a restringir y por ende no facilitar
estos hábitos, ni buscar indulgencias en dichos excesos.
Toda droga es permitida en su uso medicinal bajo un propósito
terapéutico o paliativo, según la indicación médica. Pero fuera de esas limitaciones,
está prohibido el consumo por su nocividad física y mental, propia y para terceros. Por
otro lado, el judaísmo no condena el consumo moderado de bebidas alcohólicas, ocupando
el vino un rol central en la cultura preceptual (Salmos 104) y de hecho beneficioso
para la salud en su justa medida. Pero al valorar el pensamiento claro y la
conducta responsable, concibe la embriaguez como un mal, distorsionando el
funcionamiento de la mente (Prov. 23), y apartando al ebrio de sus funciones
comunitarias. A fortiori, el judaísmo no aprueba el uso de drogas recreativas,
ni reconoce ningún valor obtenido de una supuesta expansión de conciencia por
medios químicos. Estas sustancias deben evitarse y garantizar que los adictos
reciban la ayuda que necesitan para romper esa dependencia. Así, se entiende que
legalizar el consumo de drogas recreativas en nuestra actual sociedad no sólo es
permitirla sino promoverla, incitando deseos y pulsiones por los cuales se corrompe,
se muere, se roba y se mata.