MEMORÁNDUM IRÁN-ARGENTINA: LA VERGÜENZA Y EL PUNTO DE NO RETORNO

Los gobiernos de Irán y Argentina están a punto de validar un acuerdo donde confluyen ambos intereses: el del primero en desviar y hasta anular todo lo actuado por la justicia argentina causal de la solicitud de detención por la Interpol de algunos de los miembros de su actual gobierno; con los del segundo, ajenos a la justicia y seguridad para con sus propios ciudadanos. Todo ello revestido de un halo de legalidad, legitimidad y supuesta búsqueda de justicia.

Sin entrar en cuestiones económicas o geopolíticas, las cuales merecerían un análisis particular respecto de la influencia de Irán en los países de la región y las variables comerciales entre Argentina e Irán y su influencia en dicho acuerdo, tampoco abordando la nunca dilucidada conexión local, el evidente encubrimiento que constituye este memorandum, tal como se lo ha presentado, vergonzoso y humillante para la ciudadanía e institucionalidad Argentina, tan o más asesino que el mismo atentado a la AMIA, donde 85 ciudadanos argentinos fueron asesinados y más de 300 heridos, dado que promueve la impunidad creando tierra fértil para otros futuros, descubre el ya erosionado último estrato donde reside el nacimiento de la noción más prístina de la responsabilidad y la justicia. La vergüenza. Extrapolando en pos de mayor claridad conceptual, el memorandum es tan absurdo como si quien estuviese a cargo de la investigación y el principal sospechoso del asesinato indicado por la justicia y con pedido de captura, acordaran en averiguar quién fue el autor de dicho crimen.

En el Deuteronomio 16:19-20 dice “No inclinarás el juicio, no mostrarás favoritismo y no aceptarás soborno, ya que el soborno ciega los ojos de los sabios, y tergiversa las palabras justas. Justicia, justicia haz de procurar a fin de que vivas…” Estos versículos, pilares de toda organización y contrato social se da de bruces contra las locales políticas de los últimos tiempos, insistiendo en una prédica por la reparación histórica de determinados sucesos trágicos, pero contrariándose por un constante incremento en la renuencia para reconocer responsabilidades, generando un aparato considerable de metodologías, letanías y fórmulas excusatorias por las actuales decisiones que posibilitan la repetición de aquellos horrores. Cotidianamente se argumenta que las responsabilidades políticas no pueden ser heredadas debido a que esta responsabilidad sería demasiado expansiva y no permitiría mirar hacia delante y progresar, o bien que dicho progreso sólo es posible mediante negociaciones, pero cuyos beneficiarios casi nunca son los demandantes de justicia sino más bien ofician de instrumentos funcionales a otros intereses coyunturales. Esta falta del carácter transitivo de la responsabilidad de un dirigente o funcionario público, ya sea electo por el pueblo o discrecionalmente por la autoridad competente, esta falta de transitividad histórica de las injusticias, de las deudas y la carencia de compromiso por las genuinas obligaciones del cargo para el cual se ha elegido a un individuo, así como la instrumentación de dichas injusticias con fines espurios, es lo que ha contribuido a un cada vez mayor desentendimiento de las obligaciones, desvinculación sistemática de las responsabilidades institucionales e individuales y erosión del sentido de la vergüenza en la política actual. En otros términos, la justicia hoy está sometida a un mero cálculo contractual de intereses de turno, los cuales son totalmente ajenos a los que debería tener la justicia qua justicia, y por eso su ausencia. Tal como indica Lévinas, la justicia sólo tiene sentido si conserva el espíritu de desinterés que anima la idea de la responsabilidad para con el otro. Pero sin este sentido de responsabilidad no hay acción posible preventiva ni correctiva, sino sólo más injusticia y futuras víctimas. Y esto de hecho atestigua una peligrosa falta de voluntad por considerar las formas en las cuales los errores del pasado reverberan y nos afectan en el presente repitiéndose así como lo harán en el futuro.

Ya desde el Talmud el judaísmo enfatiza que la intensa vergüenza que uno siente por sus propios actos transgresores posee carácter expiatorio, y esto es debido a que señala un límite en el sujeto que lo fuerza a no repetir aquel acto e incluso reparándolo, arrepintiéndose, y por ello constituyendo un prístino sentido de responsabilidad hacia sí mismo y hacia el otro. Y esto es porque la vergüenza tiene como particularidad el hecho de ser una emoción auto-referencial de la cual uno no puede escaparse, imposible

de desdoblarse del mismo sujeto que la siente, incomodándolo intensamente por corroer su conciencia, y por eso demandándole en principio la toma de responsabilidad por él mismo. Es por ello que lo esperado de una persona avergonzada es que pueda retractarse con una consideración genuina reparando su error sobreponiéndose a su egoísmo. Y así, si la vergüenza en este sentido precede al sentido de responsabilidad para luego llegar a la justicia, se debe tomar nota de la actual peligrosa suspensión de esta vergüenza, explicando así la cancelación del sentido de la responsabilidad en lo social y político de la categoría de culpable y la consecuente denigración de la víctima y el desamparo de otras potenciales, resultando en la falta de justicia. Aquellos funcionarios, defendiendo dicho memorándum pretendiendo justificar lo injustificable, argumentando lo absurdo, mintiendo descaradamente, traicionando la propia justicia argentina y los intereses del propio pueblo argentino que representan, y algunos también a sus propios ancestros y cultura de origen, manifiestan la nulidad de vergüenza imposibilitando toda demanda interna de reparación y por ende vacíos de responsabilidad y justicia. Particularmente sobre estos últimos referidos, cabe destacar que en una parte de la plegaria más importantes del cotidiano rezo judío, con motivo de quienes amenazaban a su propio pueblo sin titubear en usar su poder político para oprimirlo, se implora a Dios que para los delatores no haya esperanza […] destruye, tritura, derriba y humilla con celeridad a todos los malvados, estando este peligro hoy nuevamente vigente como en la Roma de antaño. Esta cotidiana erosión de la vergüenza se la ha aceptado y considerado como algo innato a la función política, al punto de permitir utilizar la siniestra misma retórica para vilipendiar y anular casi patológicamente todo vestigio de responsabilidad política y social, ahora como estrategia para socavar a las víctimas, dando impunidad a los culpables. Y si se entiende por justicia el mecanismo sistemático y coercitivo de derechos y obligaciones para dirimir responsabilidades de acuerdo a cada caso, luego, ante la evasión de la responsabilidad el contrato social deviene inútil, sin sentido, ya que la autoridad de la ley no es gravitante y las instituciones carecen de toda seriedad e importancia. Y donde la caridad no aplica como complemento a la severidad de la justicia o suplencia en unos supuestos pocos casos donde ésta se ausenta.

Toda esta degradación en la arena social y política, pandeándose ésta última conforme a sus sórdidos intereses y excesos, presupone también la complicidad consiente de la ciudadanía por medio de acciones u omisiones cotidianas que afirman o al menos no niegan eficazmente aquellas prácticas. Por ello, si queremos derogar la complicidad de cada uno de nosotros en esta corrupción, debemos romper los lazos que nos atan a estas actitudes únicamente por medio de nuestra praxis, comenzando por nuestros propios entornos, actuando diferente, exigiendo y presionando por todos los medios posibles para que los dirigentes así también lo hagan. La única forma posible de cambio es a través de la praxis, luego viene el cambio en el pensamiento que la realimenta, tal como predicaban Platón y Aristóteles para quienes toda disposición del carácter procede de la costumbre; y enseña Maimónides, para quien la educación tiene la función de crear hábitos; y en la modernidad John Dewey, quien establece que se aprende haciendo.

Básicamente, uno es lo que hace y no lo que piensa, siente o intenta. Y así, si la vergüenza es la última barrera de la justicia, debemos reconstruirla no desde la capacidad discursiva o excusatoria, mayormente contestataria pero complaciente desde los actos, sino desde la misma praxis, manifestando y ejerciendo la más firme oposición a toda evasión de responsabilidad o deliberado incumplimiento, quedando hoy ya sólo el escarmiento como la herramienta más efectiva para ello. Sólo así tendremos acceso a la justicia, siendo un pueblo maduro con funcionarios a la altura de las circunstancias y como indica el versículo, podremos vivir.

Rab. Dr. Fernando Szlajen

* Rabino y Doctor en Filosofía, se desempeña tanto en el área comunitaria así como en la investigación científicoacadémica y docencia en diversas universidades y centros culturales nacionales y extranjeros. Es también asesor en foros y comisiones científicas, tecnológicas y humanísticas interdisciplinarias. El Rab. Dr. Szlajen ha desarrollado hasta el momento más de 30 trabajos de investigación y tres libros, ameritando diversas distinciones y premios nacionales e internacionales en su campo de investigación, la Filosofía Judía Aplicada. Esta disciplina se basa en el erudito y metodológico análisis del acervo cultural judío, instrumentándolo técnicamente en pos de lidiar con las diversas problemáticas contemporáneas encontradas en diferentes ámbitos tales como ética, bioética, educación, medio ambiente, política, género y multiculturalismo, aportando desde la perspectiva judía respuestas a las más acuciantes y relevantes disputas vigentes.

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