Las Bíblicas Profundidades de la Violencia Política

    Los libros de Samuel narran episodios del siglo XI a.e.c. donde desde las más altas funciones políticas, el poder deviene en abuso e impunidad, finalizando en una autodestructiva conducta conllevando la ruina de su entorno y hasta del propio pueblo.

    Por un lado, el rey Saúl en Samuel I, 22, ordena ejecutar a los sacerdotes de Nob, en el marco de su enloquecedoramente fallida persecución fatal contra David. El rey Saúl, celoso de David planea eliminarlo, pero éste auxiliado por dos de los hijos de Saúl, Ionatán y Mijal, siendo ésta su primera esposa, logra escapar. Por orden del profeta Gad, David regresa a la tierra de Iehudá, y anoticiado Saúl, acusa a sus soldados de conspiradores por no informarle que sus propios hijos habían ayudado a David. Doeg, un mercenario edomita le comunica a Saúl haber visto a David en la ciudad de Nob junto a los sacerdotes. Demandado Ajimelej y los demás sacerdotes apersonarse ante Saúl, aunque habiendo sido aquellos engañados por David quien les dijo que estaba en misión secreta ordenada por Saúl, este ordena matarlos por conspiradores al evitar informar a Saúl que David se refugiaba con ellos. Pero, negándose los soldados a implementar dicha orden homicida por contrariar la Torá, Saúl apela a Doeg quien mata a 85 sacerdotes más mujeres, niños y animales.

    Claramente, el prevaricato cometido por Doeg coadyuva a la obsesión conspirativa de Saúl, extendiendo su alcance no sólo a Ajimelej sino a todos los sacerdotes de Nob. Y consecuentemente la designación de Doeg para implementar la orden homicida, es por la falta de lazos de solidaridad con el pueblo de Israel ni un poder basado en sus propios medios, dependiendo exclusivamente del estatus otorgado por el propio rey. Aquí se observa que Doeg estimula la veneración o temor que comanda obediencia, elevando y aislando al titular del poder soberano disminuyendo todo sentido de compañerismo entre gobernador y gobernado. Ahora, la ausencia de vinculo de sangre y tribal entre Saúl y Doeg es reemplazado por el de la culpabilidad homicida trastornando el ejercicio del poder soberano. Doeg se sirve de esta letal combinación de paranoia, autocompasión y rabia en la mente de Saúl, cuyo perverso efecto es extender aún más el alcance de sus sospechas conspirativas. Y aquí es donde también se ilustra cómo un gobernante puede ser astutamente manipulado por sus subordinados quienes saben utilizar las cualidades insaciables de aquellas inseguridades psicológicas.

    Saúl se encuentra apresado por una paranoia conspirativa para destronarlo en la cual sus propia tribu, la de Biniamín, se encuentra según él en convivencia con David. Focalizado y obsesionado con la preservación del trono, Saúl trata a quienes lo rodean como meros instrumentos para apuntalar su poder corroyendo las relaciones ordinarias de confianza y fidelidad, porque nadie quien se encuentre dominado por la desesperada preservación del poder a cualquier precio, puede experimentar relaciones humanas genuinas. Más, dicha instrumentación por Saúl, le hace leer la conducta de sus más cercanos como igualmente instrumental, proyectando en ellos sus propios motivos y modos de conducta. Situación autocumplida debido a que los demás percibiendo ser tratados como desechables, intentan utilizar también a quien los ha utilizado. Así, el temor desmesurado de una potencial traición por miembros de su más cercano círculo fue a la vez causa y consecuencia de una contraproducente lógica política. Razón por la cual aun cuando sus colaboradores no hayan conspirado, su deserción es sólo cuestión de tiempo.

    La paranoica y obsesiva desconfianza de Saúl está además acompañada de un efusivo narcisismo y autocompasión, dado que luego de acusar de conspiradores a sus más cercanos, descubre sus tormentos comenzando a tambalear su trono. El narcisismo herido se convierte en sentimiento de víctima cuando Saúl se presenta a sí mismo como indefenso y sin amigos, siendo en verdad el agresor, disponiendo de fuerzas armadas y procurando abiertamente la muerte de David, el fugitivo perseguido, habiendo personalmente atentado dos veces contra él (Samuel I,18:10-12 y 19:9-10). Saúl, atrapado por los pensamientos conspirativos, no sólo ruega por la empatía de sus colaboradores de quienes a su vez desconfía, sino que también describe a David como el verdadero agresor planeando furtivamente un regicidio. Esta inversión de roles por el cual un perpetrador se describe a sí mismo como una víctima asediada, preludia frecuentemente violencia.

    Por otro lado, David, en la cumbre de su reinado, asesina a Uriá. Lo único que le faltaba a David para coronar como símbolo su esplendorosa monarquía y consolidar su dinastía era la construcción del Gran Templo de Jerusalem. Negada por Dios, debiendo esperar al reinado de Salomón.

    En Samuel II, 11, batallando contra los Amonitas, el rey David, no liderando ya personalmente las batallas sino controlándola desde la comodidad de su palacio y en un decadente estadio de suprema seguridad en sí mismo y auto indulgencia en su comportamiento, ve desde su terraza a una hermosa mujer bañándose. Consultando, le informan que es Batsheva, la esposa de Uriá. Contrariamente a la paranoia de Saúl, David es imprudentemente confidente con su entorno, enviando a sus colaboradores para pergeñar a distancia el poder intimar con Batsheva, aprovechando que su marido estaba en batalla. Al quedar embarazada, David envía por Uriá para anoticiarse del estado de las tropas. Artilugio para darle unos días de franco aprovechando que estaba cerca de su hogar y reecontrándose con su esposa, cubriendo con dicha coartada el embarazo haciéndolo pasar como producido por su marido. Pero Uriá se niega, deseando volver a la batalla con sus compañeros, a lo que David le ordena al comandante Ioav que lo deje sólo y al frente para que de seguro el enemigo lo matase. Ioav cambia la orden de David debido a que de cumplirla las tropas verían a un soldado fiel traicionado por su propio comandante, teniendo consecuencias desastrosas. Si bien Uriá muere, el escenario planeado conlleva la inútil muerte de otros soldados para ocultar la verdadera intencionalidad.

    Resulta interesante la reiteración en el texto de la expresión “y envió” David, denotando la forma en que el poder opera como capacidad de actuar invisiblemente a distancia, creando cadenas causales complejas. Además, el hecho muestra que la necesaria delegación de las acciones que el ejecutivo desea esconder conlleva la dependencia quedando a merced de los agentes intermedios y su inevitable falta de control en los resultados y consecuencias. Más, el mensaje de David a Ioav en Samuel II, 11:25, diciéndole que no se aflija “por causa de esto”, porque por esto o aquello “devora la espada”, denota que la distribución de violencia a través de una cadena de agentes culmina en la negación del crimen cometido, neutralizándolo en “esto” y disociándose de la acción fatal. Percibiendo además el devorar de la espada como un instrumento predador con autonomía que mata aleatoriamente para satisfacerse.

    Así, la violencia política emana o bien se permite desde sus más altos funcionarios y se conecta con la omnipresente paranoia y exacerbado apego al poder, con la autoindulgencia y sesgo de exceso de confianza, disociando de las consecuencias a quienes comandan a distancia, excluyéndose del lugar y negando los propios actos.

    Aquella espada descripta como instrumento autónomo de violencia terminará matando a Saúl arrojándose sobre ella, y destruyendo la casa de David (Samuel II, 12).

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