El mal ha sido históricamente abordado desde la metafísica teológica y hasta el determinismo racionalista en tanto sustantivo como adjetivo. Como sustantivo, una fuerza o naturaleza antitética al bien, separada de éste o como su mera privación, actuando en el mundo y provocando un estado de depravación, corrupción y pecado. Como adjetivo, una denominación aplicada a fenómenos, acciones o relaciones perjudiciales para algún individuo o colectivo, producido por causa de la ignorancia del bien, como consecuencia de un razonamiento incorrecto o una concepción errónea de la realidad y sus fines.
Pero desde la pragmática, y descartando el denominado “mal natural” como el sufrimiento mental y físico causado por acciones humanas no intencionales o por causas ajenas al ser humano, como catástrofes naturales, es el concepto del "mal radical" de Kant el cual si bien signa una inclinación natural de la voluntad a desestimar los imperativos morales de la razón, enfatiza el mal como decisión voluntaria. El individuo, entonces, es bueno o malo no porque él o sus acciones u omisiones lo sean inherentemente o por ignorancia, sino porque aquellas traslucen la máxima que lo mueve a ejecutarlas, y cuyo fundamento es la misma disposición consciente del individuo como respuesta a su pregunta ¿qué debo hacer?. En definitiva, es una decisión electiva voluntaria de nuestra máxima de vida, siendo la intención de las acciones u omisiones determinantes del carácter de bondad o maldad de aquellas y por ende de la singularidad moral del individuo.
La cúspide de este mal moral por acción de los perpetradores así como por omisión de los encubridores y por la impasibilidad de los indiferentes, fue la Shoá (término hebreo plurisemántico “calamidad-devastación-oscuridad” en Isaías 10,3; Zofonías 1:15; Salmos 35:8). La manifestación criminal más trágicamente elocuente del sufrimiento, del horror y del mal que el hombre puede causar por su propia voluntad y con la casi total apatía cómplice por parte del mundo restante para accionar en su contra. No sorprende así, que la Shoá haya sido el centro gravitante en la reflexión ética, política y sociocultural de grandes filósofos modernos como Fackenheim, Lyotard, Levinas, Arendt, Adorno y Derrida entre otros, a pesar que el considerado mayor del siglo XX, Heidegger, haya callado desertando de su deber.
Es precisamente Arendt quien siguiendo el pragmático "mal radical" de Kant, lo complementa con la noción de la "banalización del mal". Los horrendos crímenes deliberadamente planificados y minuciosamente implementados por el nazismo, particularmente el caso de Eichmann, fueron motorizados por motivaciones tan ordinarias y comunes como las que podemos tener nosotros mismos, adicionándole una extraordinaria diligencia en su accionar. Básicamente, se trata de evitar ver el mal en los puros términos de lo demoníaco, olvidándonos el hecho que el mal es frecuentemente cometido por gente ordinaria. Porque si quien hace el mal es configurado como un monstruo, es removido automáticamente de nuestro contexto despojándonos rápidamente de nuestra propia responsabilidad desviándola y delegándosela a la fatalidad o a seres ilusorios. En este sentido, el mal extraordinario surge de gente ordinaria y este puede ser el comienzo para poder prevenirlo. No hay grandes genios del mal sino que se implementa con gente como nosotros, empleados, oficinistas, obreros, profesionales, soldados, desempleados, religiosos, maestros. El mal manifiesto en la Shoá y sus responsables por la extrema crueldad y la clase más inimaginable de sufrimiento infligido, fue cometido por gente común y cotidiana. ¿Quién era Hitler o Eichmann? ¿Quiénes son los líderes terroristas o los maestros que adiestran a sus alumnos para cometer actos suicidas? ¿Quiénes son los funcionarios quienes a sabiendas de las intenciones criminales de ciertos mandatarios no accionan oportuna y eficazmente para frenar su avance? ¿Quiénes son los periodistas que distorsionan la realidad haciéndose cómplice de actos criminales, terroristas, más allá de engañar a la población? Todas ellas son personas ordinarias.
Así, la pregunta sobre el mal se reorienta hacia ¿Qué impide o hace innecesario en determinadas sociedades humanas la implementación de todo juicio moral? Este es el punto donde el "mal radical" de Kant y la "banalidad del mal" de Arendt encuentran un lugar en común. Por un lado el condicionamiento social para la suspensión del juicio moral posibilitando actos como los perpetrados en la Shoá, así como también la omisión de la mayoría de los países del mundo ayudando a dichos perpetradores. Y por el otro, la tentación de redimir, de encontrar una compensación o de imponer un significado sobre el sufrimiento que resulta del mal, dado que esto conforma una manera de justificarlo dentro de una razón instrumental. Tal sufrimiento a corto o largo plazo no es algo beneficioso, útil o una esperanza mesiánica como algunos lo han supuesto en el transcurso o luego de haber sufrido persecuciones, expulsiones o asesinatos en masa. Esto constituye simplemente una respuesta artificialmente construida para otorgar alguna válvula de escape a tanto sufrimiento, para darle algún sentido, para construirle algún significado. Pero como dice Lévinas, si la experiencia del sufrimiento tiene un significado o utilidad es una cuestión que sólo y únicamente el sufriente puede decidir y ningún otro, ningún observador, ningún extraño ni intruso. No es extrapolable, sino que es sólo para dicho sufriente. Es en este sentido, que cualquier intento generalizador de justificación del dolor y sufrimiento del prójimo, desde ya por el perpetrador pero también por el mismo sufriente, constituye una flagrante inmoralidad. Porque buscar algún significado a la Shoá o colocarlo dentro de un sistema interpretativo, lo hace ipso facto menos malo, y por sobre todo transforma el acto de maldad en algo justificable. Es lo que hace que aquello que debería permanecer en la esfera de lo intolerable se vuelva más tolerable, permitiendo abrir la puerta para su repetición. Similar inmoralidad se comete cuando se predica que somos todos sobrevivientes de la Shoá. Decir eso no es otra cosa que una falta de consideración al que vivenció realmente el horror, poniéndose a su nivel cuando no se lo tiene y por ende es una forma de frivolizarlo. Decir somos todos sobrevivientes, es no entender que hay una dimensión del horror, de lo intolerable y de la peor de las cosificaciones sufridas por el ser humano a la cual no podemos acceder. Sólo y únicamente ellos, los que lo han vivido dicho horror, los sobrevivientes de la Shoá, pueden saberlo.
Esta conjunción entre el “mal radical”, la
“banalidad del mal” y la “razón instrumental en el mal”, nos alerta para
sofocar todo tipo de mal impidiendo su minimización y tomando la responsabilidad
de actuar para evitar su resurgimiento en nuestras democráticas sociedades. No
cayendo en la trampa de la
ilimitada tolerancia que finaliza destruida por los intolerantes que ha
tolerado, cumpliéndose así la paradoja de Popper. Durante 80 años y hasta el
presente luego de semejante acto de horror y vergüenza para la humanidad,
siguieron masacres, genocidios y emergencias humanitarias deliberadamente
cometidas u omitiendo interesadamente evitarlas o detenerlas. En lo nacional e
internacional, actualmente observamos funcionarios, intelectuales, movimientos
políticos e ideologías ausentes de sensibilidad ética y humanidad, carentes del
más elemental juicio moral, pero que se fortalecen a diario y con el beneficio
de mayor tecnología que el otrora nacional socialismo alemán. Y como entonces, también
están los indiferentes y los encubridores de esta situación. El pronóstico no
es alentador.