La ideología es una construcción mental como
conjunto de ideas, creencias y valores, que influye significativamente en la
forma en que los individuos perciben el mundo y toman decisiones. A lo largo de
la historia, las ideologías desempeñaron un rol crucial en la configuración de
las sociedades y las culturas brindando marcos interpretativos que determinan, por
ejemplo, lo moralmente aceptable; y tal como afirma Terry Eagleton, oficiando
como sistemas de creencias que operan en la sociedad para mantener el orden
establecido.
Sin embargo, es importante reconocer que la
ideología en su extremismo se convierte en un factor deshumanizante, tal como
advirtió el propio Karl Marx, señalando el peligro del conjunto de ideas
compatibles y coherentes entre sí, explicativas de la realidad en función de
uno o más de sus aspectos específicos, cuando deviene en una representación
nebulosa que se opone al conocimiento, produciendo una falsa conciencia y
alienación donde lo verdadero no es sino el mito que refleja el interés de un colectivo,
autojustificando su accionar. Incluso Georges Sorel, padre de la nueva
izquierda, y más específicamente su contemporáneo Vilfredo Pareto, critican el
carácter impulsivo, emocional y desiderativo ideológico, y por ende irracional,
deviniendo en pseudo teorías por la natural tendencia humana a fundar
racionalmente la conducta. Y como consecuencia, en palabras de Herbert Marcuse,
esta uniformidad y hermetismo ideológico hace que la vida del individuo esté
preformada y predeterminada en lugar de ser una búsqueda auténtica de
significado y propósito.
Y aquí es donde la ideología deshumaniza a
través de la polarización y exclusión, estigmatizando a quienes no la profesan
como enemigos o disidentes, conduciendo a la marginación y discriminación.
Zygmunt Bauman argumenta que este extremismo ideológico da lugar a la creación
de "otros" a quienes se les niega incluso su humanidad, justificando
la violencia, la opresión y el horror. Este es el caso del integrismo islámico
yihadista como el Isis, así como las organizaciones terroristas financiadas y
promocionadas principalmente por Irán como Hamás y Hezbollah, entre otras, ya
analizadas en mi anterior artículo Terrorismo y La Defensa en el Uso de
la Fuerza. Su atroz
accionar criminal de lesa humanidad, es apoyado abierta o encubiertamente por
acción, omisión, tibieza o tan tardíos como forzados repudios de gobiernos,
estados, políticos y otros líderes, frecuentemente de tendencia socialista como
Petro, Díaz Canel, López Obrador, Zapatero, Boric, Maduro, Ortega y Evo
Morales, igualando una organización terrorista con un Estado democrático e
incluso justificando el accionar terrorista y condenando el legítimo uso de la
fuerza por parte de un Estado democrático para la defensa de sus ciudadanos.
Y si bien el histórico caso de referencia es el
nazismo, donde la ideología de superioridad racial produjo la Shoá, analizado
por Hannah Arendt como la deshumanización de las victimas y perpetradores
debido a la obediencia ciega a la ideología; Christopher Browning detalla la deshumanizaron
de las víctimas por parte de los nazis al retratarlas como subhumanas,
utilizando términos como “plaga” y “parásito” para justificar su exterminio.
Noam Chomsky en su estudio sobre la cultura del terrorismo expresa que la
deshumanización ideológica se manifiesta en la demonización donde los oponentes
se retratan como agentes del mal que deben ser erradicados, conduciendo a un
aumento en la violencia y brutalidad.
Esta metodología demonizante y fraseología
deshumanizante que actualmente también utilizan las organizaciones terroristas
islámicas para con el Estado de Israel y los judíos, y a veces para con los cristianos
y todo quien no sea su aliado, no sólo reduce la identidad individual sino como
indican Nick Haslam y Steve Loughnan, provoca la infrahumanización prácticamente
anulando la humanidad percibida en los demás debido a su afiliación ideológica o
creencia, cuya consecuencia es un comportamiento antisocial y un juicio moral
impulsado por el odio y la indiferencia, justificando toda agresión por más
cruenta que sea proporcionándole un sentido de superioridad.
Esta ideologización extrema y sus consecuencias
deshumanizantes, también se manifiesta en el autoodio, explícitamente visto en
el reciente segundo debate presidencial, por parte de la candidata a presidente
del frente de izquierda. Ella misma, siendo judía, tratando no sólo a su pueblo
original de pertenencia sino también a sus compatriotas argentinos asesinados,
violados y secuestrados, como objetos o símbolos en lugar de reconocer su
humanidad, suprimiendo toda empatía y compasión hacia ellos como víctimas percibiéndolos
como “diferentes” en términos ideológicos o meros productos de su falsa
conciencia y tergiversada realidad sobre el Estado de Israel, el conflicto
palestino y el terrorismo. Justificando en definitiva uno de los mayores
crímenes de lesa humanidad perpetrados por una organización terrorista islámica
contra la población civil israelí, incluyendo niños, mujeres y ancianos. Razón
por la cual les negó un simple minuto de silencio en honor a dichas víctimas
del terrorismo.
El autoodio, en este caso judío, también
ejemplificado en otros políticos y dirigentes, ciertos periodistas o analistas
internacionales pertenecientes a la comunidad judía, se manifiesta precisamente
en la hostilidad dirigida hacia uno mismo y hacia su propia comunidad, sin
vinculación a toda crítica que por derecho puede hacerse al Estado de Israel.
Algunos estudios explican que este autoodio está relacionado con la asimilación
y la presión social para adaptarse a las normas de la mayoría, en este caso el
partido socialista donde la candidata milita y en otros casos el entorno
profesional donde la persona se desempeña y desea progresar. El historiador
Jonathan Frankel, en este sentido señala que esta asimilación a menudo implica
un proceso de distanciamiento de la identidad judía conllevando un sentimiento
de autoodio en un esfuerzo por encajar en la sociedad o entorno circundante. Y
ello coadyuvado por la influencia del impacto antisemita y estereotipo negativo
sobre los judíos y del Estado de Israel, frecuentes en los regímenes
socialistas. Concretamente, es Ruth Wisse quien analiza cómo el constante
bombardeo de estereotipos y acusaciones negativas puede llevar a algunos judíos
a interiorizar estas ideas y a desarrollar sentimientos de autodesprecio.
De hecho, esta alienación y desconexión de la
propia herencia cultural y religiosa ya fue estudiada por Paul Bogdanor destacando
cómo el autoodio produce en la persona un estado de conflicto constante,
luchando contra sus propias raíces y tradiciones. Conflicto que muchos judíos
de izquierda canalizaron culpando a Israel de la violencia árabe, excusando al
terrorismo y aumentando el antisemitismo precisamente por ser judíos quienes lo
expresan.
Como conclusión, la deshumanización ideológica
tiene estos y otros efectos perniciosos en la sociedad, al reducir a las
personas a simples representaciones de una ideología, creando una justificación
moral para la discriminación y la crueldad. En palabras de Albert Bandura, la
deshumanización ideológica sirve como mecanismo que facilita la violencia y barbarie
hacia otros, al eliminar las barreras morales que impiden hacer daño a los
demás concibiendo a sus adversarios ideológicos como menos humanos, lo que
redunda en una menor probabilidad de soluciones pacíficas.
La deshumanización ideológica es un fenómeno
sumamente preocupante por su reducción de las personas a simples
representaciones socavando la dignidad humana y los esfuerzos por la
coexistencia pacífica. Es por ello que, al menos desde aquí, en Argentina, resulta
esencial condenar y sancionar enérgicamente y por todos los medios posibles estas
ideologías extremistas, su accionar material y declarativo, junto a la
promoción de una educación crítica, pensamiento independiente, diálogo
intercultural e interreligioso, como herramientas fundamentales para
contrarrestar su influencia local y criminalidad.