Uno de los desafíos del siglo 21 es cambiar el disvalor atribuido a los ancianos eclipsados por el hiperindividualismo, la cultura de la juventud eterna, el consumo y cambio constante, sinonimizando la vejez con irrelevancia y obsolescencia. Paradigma que debemos enmendar porque aun desde el pragmatismo, para el 2050 los mayores de 65 años serán el 22 % de la población mundial, demandando un cambio en lo social, urbanístico, económico, financiero y cultural.
Actualmente no hay un pensamiento social, político, cultural ni económico para una generación de millones de personas que viven 20 o 30 años luego de jubilarse. La esperanza de vida se extendió mucho más que la inclusión sociocultural, prevaleciendo el edadismo entre otros estereotipos negativos del retiro y la vejez.
Uno de los activos más valiosos que los ancianos aportan al mercado laboral es su conocimiento acumulado a lo largo de décadas de trabajo, habiendo vivido cambios tecnológicos, crisis económicas y transformaciones sociales, todo lo cual les brinda una perspectiva única sobre la evolución de la sociedad y los negocios. Esta sabiduría es invaluable para la toma de decisiones estratégicas y la resolución de problemas complejos en diversas industrias. Porque si bien las tecnologías cambian, no así el factor humano, su compromiso, resiliencia, capacidad de liderazgo y reflexión ante la incertidumbre, ayudando a tomar decisiones y afrontar la adversidad con fortaleza.
La mentoría intergeneracional puede facilitar la transferencia de conocimientos especializados, habilidades técnicas y competencias interpersonales, desempeñando los ancianos un rol fundamental guiando a las generaciones más jóvenes y contribuyendo a la formación de líderes futuros. Esta interacción puede ayudar a reducir la brecha entre generaciones y promover un ambiente de trabajo más colaborativo. De hecho, algunos desarrollos en automación de procesos nutren a los algoritmos para supervisión, detección y corrección de fallas, de la experiencia acumulada de quienes han trabajado décadas en las máquinas o líneas de producción. Incluso la incorporación de equipos de trabajo multigeneracionales agrega una dimensión valiosa a la mixtura de habilidades y perspectivas. Las experiencias de vida variadas y los enfoques únicos de resolución de problemas pueden generar soluciones frescas y creativas.
Todo ello, entre otros ejemplos de participación de los ancianos en el mercado laboral, no sólo beneficia a su posicionamiento social, familiar y a nivel productivo, sino que también tiene un impacto positivo en la economía y la sostenibilidad de la seguridad social debido al envejecimiento de la población mundial.
Por eso, no valorar la sabiduría de los ancianos por su supuesta obsolescencia tecnológica, es como no valorar las religiones, los clásicos griegos, el derecho romano o la filosofía de la Ilustración porque sus pensamientos y contribuciones no fueron producidos bajo nuestro paradigma tecno-económico-cultural. Y eso es confundir sabiduría con tecnología o experiencia con capacidad operativa. Los ancianos habiendo enfrentado adversidades, tomando decisiones y comprendiendo las complejidades de la vida brindan una perspectiva única sobre los desafíos contemporáneos.
Si bien hoy la experiencia acumulada puede parecer estancamiento y donde "lo nuevo es siempre mejor" relega a los ancianos y sus tradiciones al olvido, es crucial recordar que la sabiduría no es una cuestión de moda, sino un recurso atemporal que enriquece a la sociedad. La falta de valoración de la sabiduría y experiencia de los ancianos es básicamente un reflejo de la forma en que la sociedad actual, desequilibrada, empobrecida y carente de resiliencia, prioriza la singularidad e inmediatez por encima de la integralidad y los procesos sólo alcanzados a través del tiempo.